Tu despedida, mi melancolía.
Los
días habían pasado, la confianza y el lazo que nos unía fue fortaleciéndose con
mucha más fuerza. Pero un cierto día, la paz se acabó.
Comenzamos
a discutir por algo, que sinceramente no lo recuerdo, pero sus palabras fueron
tajantes cual verdugo asesina a su víctima, “Esto no puede seguir, y por
mi bien y por tu bien, por el bien de los dos”.
Había quedado helada ante sus palabras e instantáneamente me bloqueo.
Pero…
¿Por qué? Si yo lo amaba, yo buscaba su bienestar, ¿Qué había hecho mal? Las
preguntas abrumaban mi cabeza, y mi vieja amiga la depresión tocaba la puerta
de mi corazón, pidiéndome ingresar.
Quería
creer que era un sueño, que al otro día Alejandro volvería, pero no fue así.
Esa noche siendo las 3 a.m me dormí llorándolo y extrañándolo, pues sus
palabras me faltaban y sentía aquel vacio retumbar en mi cabeza, y las
preguntas abrumándome. “Urpi Killari”,
el seudónimo que me puso una noche cuando le enseñe mi piel por fotos y al ver
la blancura de la misma, que traducido del quechua al español significa “Palomita con luz de luna”.
Mis
lágrimas se resumieron en mi teléfono y en mi corazón herido y usado por aquel
hombre que solo me había enamorado y se había marchado.
Había
aceptado que había perdido, había aceptado que Alejandro ya no estaba. Raquel
me hablo y pregunto cómo estaba, que Alejandro también la había bloqueado y mis
palabras fueron certeras en decir que no quería saber más de aquel hombre, no
quería verle ni hablarle mientras se encontrase más lejos fue mejor, que no lo
necesitaba para nada. Pero en las noches al sentirme tan sola y acongojada,
sobresalían mis lagrimas al recordarlo y verlo en sus fotos, ahogándome en mi
propia rabia y tristeza me decía una y otra vez, si tan solo lo tuviera cerca
unos minutos le dejaría su rostro rojo de tantas cachetadas.
-El que se va sin que
lo echen, vuelve sin que lo llamen. –me decía una y otra vez, y así fue.
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