Hace semanas lo miro por la ventana de mi autobús, y me pierdo en su frialdad al tomar su teléfono celular y hablar por medio de él con suma seriedad, él desde su porche negro con asientos de cuero rojo que deja ver el reflejo del ocaso que da inicio a la noche.
-¡LEO!
– me habla mi compañera de asiento. –Iras o no al baile de otoño el próximo
mes?
-No
puedo, Liz debo ir de viaje con mi padre.-vuelvo a mirar por la ventana y aquel
misterioso hombre se había marchado.
Saludo
a mi amiga y entro a mi casa viendo a mi padre trabajando arduamente con su
laptop.
-Hola
papá… -solo escucho el ruido del teclado.- ¡HOLA PAPAAAAAAAA!
-Cariño,
¡llegaste! No te vi.
-Nunca
me ves. –Murmuro. –Iré a mi habitación, viejo. –subo a prisa y cierro la
puerta, me dejo caer sobre la cama y lagrimeo sobre mi almohada.
Mi
vida es un constante sollozo de momentos desafortunados e inciertos, creería
que lo que más disfruto es ver a ese extraño del porche negro y los asientos de
piel rojos.
Mi
nombre es Leonor y tengo 17 años, faltan tan solo dos meses para ser adulta y
ya siento el peso de los años carcomiendo mis huesos fuertes y enérgicos. Soy
huérfana de madre, y mi padre el zombi cibernético, se llama Luis y es un
respetado doctor de mercadotecnia de una empresa pelele. Mi viejo se la pasa en
su laptop ni cuando cenamos la deja, mi adolescencia fue complicada al no tener
a mi madre, con mi padre todo fue más difícil, creo que las únicas palabras que
cruzamos son “hola y adiós”, si cruzamos más de tres palabras es porque seguro
me regañará.
¿El
hombre misterioso? Aun no sé quien es pero sé que pronto lo averiguare, lo que
si se es que siempre para junto a mi autobús cuando estoy de regreso a casa y
me pego a la ventana mirándolo como estúpida. Está bien la palabra estúpida en
una descripción ¿no?. Ok, sigamos.
Mi
mamá creía muchísimo en la mitología griega, ella decía que su madre, o sea mi
abuela, era sacerdotisa de Apolo, siempre creí que estaba loca de remate. ¡Y
DEFINITIVAMENTE LO ESTABA!
No
entiendo porque agregue eso pero todo es bien recibido, como suele decir mi
profesor de arte, en fin, les estaba contando sobre “El”, es tan serio, tan
formal y lindo y… formal, ¿ya dije esa palabra?
-Leoooo,
¡Cariño a cenar!
-¿otra
vez comida de microondas papá?
-Linda,
sabes que estoy ocupado y hago lo que puedo. –picoteo la comida y la pico con
el tenedor de manera aburrida.
-Siempre
estas ocupado. –Murmuro.
-Cariño
te dije muchas veces que no murmures, que hables claro.
-Dije
que siempre estas ocupado! EXTRAÑO A MAMA, ODIO ESTA VIDA, DESDE QUE MURIO SOLO
TRABAJAS Y TRABAJAS, ODIO ESTA CIUDAD Y ESTA ESTUPIDA COMIDA. –me levanto de la
mesa y subo a mi habitación, tomo la caja de libros de mi madre y escojo una
novela, amo la historia de Perséfone y Hades, es tan romántica, me hace olvidar
de mis malos días.
Me
subo al tejado de la casa y me pongo a leerla, debes en cuando hago una pausa
para ver las estrellas, y diviso una estrella fugaz. Suspiro profundo, como me
gustaría encontrar a mi Hades también, sigo leyendo y me duermo sin darme
cuenta.
Mis
sueños muchas veces son un tanto raros. Sueño jardines, y un invernadero
completamente envidriado y con un bello laberinto de rosas rojas muy espinosas,
siempre estoy arrodillada cuidando y tallando rosas azules.
Me
despierto exaltada y estoy en mi cama, miro a mí alrededor con asombro pues
recordé haberme dormido en el techo pero no haberme levantado para venir a la
cama.
Baje
a la cocina y bebí un poco de leche.
-¿Papá?
… ¿Nota en el refri? “Cariño fui a trabajar…nos vemos a la noche, sé que es
sábado pero mi jefe me pidió que fuera te ama papá”. Le hago un bollo de papel
y la arrojo al suelo. Y salgo rumbo a la casa de Liz.
Apresurada
por llegar corro en mi bicicleta, pero la luz del sol me enceguece, y cuando
quiero doblar para evitar el impacto un auto esta sobre mí. Solo siento el
golpe y mi cuerpo azotarse contra el pavimento, luego mi visión se entre corta.
Casi
sin fuerzas escucho el barullo de la muchedumbre asombrada por el accidente, y
siento unos brazos que me levantan, diviso antes de desmayarme un hombre
apuesto de traje negro y me coloca dentro de su auto y sale a prisa, a lo que
debía ser un hospital.
Horas
más tarde, me despierto con vendajes sobre mi tórax y unos apósitos en mi
cabeza, en una gran cama redonda con una manta blanca que parecía ser de piel
de algún animal, y toso un poco para asimilar que realmente estoy viva y no
morí en aquel fatal accidente.
-¿Papá?
–toso un poco mas y me froto un poco los ojos.
Esa
no era mi habitación y la cama en donde repose no era la mía y mucho menos la
de un hospital. ¿Dónde estaba? Me pongo de pie y solo tengo mi ropa interior.
-¿Qué
demonios? –me cubro con las sabanas y tocan la puerta en repetidas ocasiones,
vuelvo a hacerme la dormida. Entran, siento una caricia un tanto fría, que me
hacia helar el alma.
Me
moría de miedo por temor a que ese pervertido abusara de mi, tomo las sabanas y
la bajo un poco para ver que las vendas siguieran en su lugar. Mis labios
temblaban pero podía disimular, solo quería que se fuera, para poder largarme
de aquel lugar sexoso. Se voltea para volver hacia la puerta y lo veo, era de
cabellos negros y largos hasta los hombros, media como 2 metros y su piel era
pálida.
Cierra
la puerta e inmediatamente me paro de la cama y comienzo a tantear las ventanas
buscando algún cerrojo.
-Debo
salir de aquí. –Estoy asustada, muy asustada. Me tiemblan las manos y escucho
que vuelven a abrir la puerta y tomo un jarrón. -¡No te acerques! ¡Juro que te
matare con este jarrón bestia del infierno!
Escucho
una voz tajante y seductora a la vez que hacia erizar mi piel.
-Tranquila
pequeña no te hare daño.
-Eres
el pervertido de dos metros, sácame de aquí, o juro que… que…
-Dime,
vamos dime. –se iba acercando lentamente y el reflejo de la luna dejaba ver primero
sus zapatos, luego sus ropas y finalmente sus labios.
-Solo
déjame ir, quiero volver a casa. –Comienzo a lagrimear, cuando pestañeo, aquel
extraño hombre estaba frente a mí.
-Shhh,
no llores pequeña, no te hare daño. Solo quise ser gentil al traerte a mi hogar
después del desafortunado choque que tuvimos.
-¿Tú
me trajiste aquí?
-Así
es, no te iba a dejar morir allí.
-¡Y
me desnudaste!
-Debía
hacerlo, tu ropa estaba harapienta,. –se voltea y camina y la señala con un dedo.
–también debía de curar tus heridas pequeña.
-Callat…
-comienzo a marearme y aquel extraño me vuelve a sujetar entre sus brazos. –Quiero
volver a casa… -me desmayo automáticamente. Siento su mano fría y áspera en mi
mejilla, mientras se desliza a mi barbilla.
-Tranquila.
–me vuelve a acostar y sigo durmiendo.
Me
vuelvo a despertar horas más tarde, exaltada. Entran al cuarto.
-Pequeña
estas bien.
-No
te me acerques pervertido. ¿Por qué no me has llevado a casa?
-Aun
no te sientes en condiciones, te desmayas por cualquier cosa y debo cambiarte
los vendajes.
-No
te acerques te dije. –tomo un objeto punzante de la mesa. –te voy a matar con
esto, sea lo que sea.
Se
acerca sin miedo y se apoya en el pecho aquel abre cartas que había dejado
apropósito ahí.
-Te
reto a que lo hagas. –y por primera vez vi su rostro labios pequeños pero tan
deseables, cabello negro azulado hasta los hombros, y sus ojos eran dos esferas
de fuego cuando se enojaba pero cuando me veía eran de color violáceo.
Miro
fijamente a sus ojos.
-¿de
dónde eres?
-pues
de aquí. –comienza a acercarse a mí con cautela en dirección a mis labios. Y
lanzo un quejido tomándome del hombro. -¿Duele?
-un
poco. ¿Cómo te llamas?
-pensé
que jamás me lo preguntarías. Me llamo Ha… -suena su teléfono. –ya regreso
espérame.
La
puerta queda abierta, me envuelvo con usa sabana y salgo del cuarto. Veo a
ambos lados, y en el pasillo izquierdo esta aquel extraño pervertido de dos
metros, aprovecho que no está mirando y me echo a correr por el corredor
derecho, pero para mi mala suerte se voltea y me ve huyendo.
-¡Leonor!
Vuelve. –comienza a perseguirme. –detente niña, aun no estás bien.
Cierro
mis ojos con fuerza y comienzo a escabullirme entre los pasillos, corro tan
fuerte como puedo, mientras que el comienza a parar su marcha y deja que huya.
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