Te
llevare al tártaro –hace una malvada sonrisa de costado.
Y
lo miro con temor, me señala su casa que se puede ver a lo lejos.
-¿Tártaro?
¿Tu casa es el tártaro? –cierra sus ojos y pone su dedo índice apretando en sus
labios. – ¿En tu casa esta Cronos?
-No
es ese tártaro. Ven. –se vuelve de una estatura normal para mis 1, 65 cm. Le
doy mi mano, la toma y me jala cerca de sus labios. –No vuelvas a escapar. –mis
labios tiemblan y respondo.
-Si…
-Cierra
los ojos. –los cierro y se desplaza velozmente hasta su hogar. –Llegamos.
-Ya
puedes bajarme. –me mira de manera intimidante. –Por favor.
-No.
–hace una pausa dejando de hablar y vuelve hacerlo mientras camina hacia la
entrada. –O acaso no te sientes a gusto en mis brazos. –miro a otro lado
avergonzada, sosteniéndome de su cuello.
-¿Y
dónde está Cerberus?
-En
la entrada como siempre. –se sonríe nuevamente de costado. Me vuelve acostar en
la cama. – ¿Quieres que te cambie las vendas o prefieres hacerlo tú?
-Yo
lo hago. –le quito las vendas de las manos.
-No
te hare nada, no temas. –agacho la cabeza y miro a un lado.
-Esto
no puede ser cierto. –levanto la cabeza y lo miro. –Eres Hades, el dios de la
Muerte. Mi madre…, tenía muchos libros y…
-¿Y?
–trato de hablar pero no me sale palabra alguna solo entreabro y cierro los
labios. Muevo la cabeza diciendo que no. –Debes descansar y cámbiate las vendas
o te las cambio yo. –se voltea y se marcha. Me volteo y miro por la ventana.
-El
tártaro. –suspiro.
Comencé
a sacarme las vendas de espalda a la puerta y Hades entra, se queda
observándome como la luz de la luna ilumina mi piel. Empieza a caminar en
dirección hacia donde estoy, y se para detrás de mí.
-Déjame
ayudarte. –me susurra al oído y su respiración reflota por mi cuello. Aprieto
mis ojos.
-No.
Mantén tu distancia, por favor.
-No
te hare daño, lo prometo. –Miro hacia un lado del suelo y dejo que él continúe.
Siento
que huele mi cabello y vuelvo a presionar mis ojos. “Perse…” escucho decir
claramente entre sus suspiros.
-Ya…
¿Ya está? –reacciona del estado de ensoñación en el que estaba sumergido.
-Sí,
ya. –me volteo y lo veo con el torso desnudo, con un pantalón de vestir color
negro, en donde la toalla descansaba sobre su hombro y de su cabello aun
goteaba el agua que caía sobre su pecho fornido.
-Hades,
yo… -levanto la mirada, quedando cerca de sus labios, trago saliva y entreabro
los míos.
-Dime
Leonor.
-Am…
yo… -suena su teléfono celular, pero él no me quita la mirada de encima. –Tu
teléfono suena. –lame sus labios, estando tan cerca de mí que podía sentir su
respiración.
-Lo
sé… -lo saca y atiende, sin quitarme la mirada de encima. – Sí, habla Hades. Aguarda.
–me susurra al oído. –No te vayas a escapar otra vez, prometo llevarte a la
tierra, solo cuando te recuperes.
Se
retira, mientras sigue secándose el cabello y continua hablando por teléfono,
lanzo un suspiro y corro a la puerta la cierro y le pongo llave. Me volteo y me
recuesto sobre ella.
-Es
tan sexy. –muerdo mis labios. –Su voz, sus labios. –me acaricio los brazos. –Por
un momento pensé que me besaría.
Me
tiro a la cama boca abajo y, me zambullo entre las almohadas de plumas y
aquella manta de piel blanca, no me doy cuenta y me quedo dormida nuevamente.
Comienzo
a soñar, que estoy nuevamente en aquel invernadero en donde el sol refleja mis
semblantes, y me encuentro cuidando a un árbol de manzanas. Pero de la nada el
sol desaparece y la noche toma el control del lugar, alguien o algo se
escabulle entre el invernadero y se mueve velozmente por las flores y los
plantines, un viento frío, gélido, con suma crudeza mata a aquellos plantines
y deja flameando una túnica blanca con la que vestía. Con una tiara de álamos
dorada y un cinturón del mismo tono, totalmente descalza. Escucho la voz de
Hades que susurra en el viento “Perse…”
Me
despierto exaltada y con la frente sudorosa, la manta de piel blanca
cubriéndome el cuerpo, miro el techo y me siento en la cama refregándome los
ojos.
-Solo
es un maldito sueño. –miro a mi alrededor y aun estoy en aquella habitación. –Cuando
se va a acabar esto. –vuelvo a acostarme en la cama y miro a un lado en una
silla, y veo una túnica de lino blanco. Me pongo de pie y me la coloco
cubriendo mi desnudez, me paro frente a la ventana y apoyo mi mano en el
vidrio, pensando.
-Leonor,
¿no estarás pensando en huir no?
-No.
-digo resignada.
-Te
traje un obsequio, de la tierra. –sostenía entre sus manos lo que parecía ser
una caja de cartón. -¿Qué te ocurre Leonor?
-Nada…
solo extraño a papá. –deja lo que había traído sobre la cama.
-Solo
espera. Te recuperas y prometo que dejo que te vayas, de nuevo a la tierra. –me
volteo y lo miro a los ojos.
-No
sé porque, pero siento que no será así. –Hades mira a mis labios y comienza a
acercarse muy lentamente. Me vuelvo a voltear, aprieta sus ojos y queda cerca
mi cabello, lo huele sin que me dé cuenta. –Quiero estar sola.
-¿No
tienes hambre?
-Si
un poco.
-¿Qué
quieres comer?
-No
sé, ¿Qué comes tú? –veo su sonrisa en el reflejo del vidrio mientras mira mi
nuca y levanta su mirada hacia mi cabello y finalmente hacia el mismo reflejo
de la ventana.
-Soy
inmortal, soy un dios. Yo no como. –hace mi cabello a un lado y se deja ver mi
nuca.
-Por
favor, ya no hagas eso.
-¿Qué
cosa?
-Estas
intentando seducirme desde hace rato.
-Lo
siento, debes pensar que soy un imbécil.
-No
es eso, solo que… me incomoda.
-En
fin, dime qué quieres comer. –me voltea.
-Pizza
estaría bien.
-Perfecto.
–chasquea sus dedos y la mesa que hay en la habitación se llena de ellas.
-Con
una estaría bien. –me sonrío.
-Debo
salir, ¿estarás bien sola? –asiento la cabeza diciendo que si mientras mastico
la comida. Sale a prisa sin ver hacia atrás y me asomo a la ventana para
corroborar que realmente huyo como el cobarde que es.
Me
encontraba sola en el “tártaro”, así que tomando una porción de pizza con la
otra mano comencé a husmear el lugar. Empecé a llenar de aceite y migas todo
lugar que encontraba, pinturas, papeles importantes y antiguos, paredes,
alfombras muy finas. Tenía las manos cubiertas de aceite y no quería ensuciar
aquel bonito tapado con el que me cubría, así que pude ver un papiro del siglo
IV colgado y me limpie con eso, sin poder divisar el valor incalculable de
aquella reliquia.
-Porque
tiene tanta mugre… -exclame, y miraba armaduras ensambladas y nuevamente
comencé a tantearme. – ¡mi teléfono! … demonios me olvide de pedírselo. Ufff me
aburro aquí dentro.
Vuelvo
a la habitación y me siento en la cama, miro a mi lado y veo el libro de mi
madre que relataba la historia de Perséfone y Hades, y recordé nuevamente sus
palabras, “Te traje un obsequio, de la tierra”.
-Oww…
me trajo mi libro favorito. –vuelvo a abrirlo y continuo leyendo. Cierro por un
momento el libro y miro a mí alrededor. –a todo esto, ¿de quién es este cuarto?
Dejo
el libro a un lado y abro el armario y
para mi sorpresa eran todos trajes de hombre, y entre medio de ellos un tapado
de piel con incrustaciones en diamantes. Cierro el placar sin decir nada, y
dejo que mi imaginación infantil y podrida imagine cosas puercas como es
debido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario